No se puede decir más claro. Las guerras del siglo XXI son de puro y vulgar plástico, poco auténticas vendría a decir este calificativo. Ni se cuenta la verdad de los motivos que las desencadenan, ni se libran en los límites de sus autores materiales. Detrás se esconde una sutil ráfaga de viento que transporta la verdad, se va asentando en cada uno de los seres que indagan en los procesos de germinación, y se descubre el abono que hace florecer el vertiginoso y mareante efecto narcótico causado por el olor a pólvora y el zumbido de los misiles. Vaya sorpresa, ese abono tiene un 95% de plástico, y nosotros pensábamos que era natural. Primero nos vendieron el plástico como un fármaco milagroso que curaba todos nuestros males, y ahora es puro germen de las guerras que los provocan. Si inventaran un plástico fabricado únicamente con tejidos vegetales, el mundo sería un adorable vergel, y el mar no ahogaría los sueños de miles de personas que buscan el amparo de quienes les apuñalan en silencio.